El nombre zafiro probablemente deriva del griego «sappheiros» (azul) o del hebreo «sappir» (cosa más hermosa). Alguna vez se pensó que poseer zafiros era un signo de bondad, magnanimidad, fidelidad y dominio.
También se dice que el zafiro también tenía poderes terapéuticos (aparato visual e intestinal, detención del sangrado, cicatrización de la inflamación, contra las picaduras de escorpión).
Los depósitos de zafiro se encuentran en Birmania, Tailandia, Sry Lanka, Cachemira, Montana, Australia. El color del zafiro se debe a trazas de hierro y titanio, y puede variar de un azul claro a un azul más oscuro con, a veces, algunos matices verdosos.
Un rayo de luz que penetra en una piedra como el rubí o el zafiro se divide en dos rayos. Este fenómeno se llama birrefringencia o doble refracción y permite que cualquier objeto observado a través del cristal parezca ligeramente duplicado. El brillo del rubí y el zafiro es vidrioso, pero a veces puede tender a adamantino. El valor de dispersión es decididamente modesto en comparación con el del diamante y, por tanto, la belleza del corindón no reside en los destellos de colores, como en el diamante, sino sólo en los matices del color.